Escrito por Oscar Mora.

Fe.

(Del lat. fides)

4.f. Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo.

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

3 de junio del 2015, 13:30 hrs.

Al fin. Tras poco más de 10 meses como prestatario, daba por concluido el requisito que solicitaba mi universidad para aspirar a tramitar mi titulación. Mi estancia en la delegación estatal de la Comisión Nacional en la que llevé a cabo tanto mi servicio social como las prácticas profesionales fue, más allá de tediosa y en ocasiones cansada,  sumamente productiva y satisfactoria. Había logrado obtener los conocimientos necesarios, tanto teóricos como prácticos, del sistema financiero mexicano y su relación con la ciudadanía.

Al llegar a mi casa para comer con mi familia y previo a acudir a mis clases vespertinas de fin de semestre y carrera, fui recibido con la noticia de que minutos antes a mi arribo, se habían comunicado desde uno de los más importantes despachos jurídicos del país en el área de Litigio Fiscal y Comercio Exterior. La intención del llamado no era otra mas que agendar conmigo una entrevista de trabajo.

¡Las grandes ligas!, ¡es de las grandes ligas!

Fue lo primero que brotó de mi boca tras escuchar de mi familiar -ajeno a la abogacía- su intento fallido de darme el nombre del despacho. (En la comunidad jurídica, suelen existir denominaciones de firmas o bufetes de abogados con los apellidos de los socios fundadores, algunos rimbombantes y poco comunes, situación que en este caso no era la excepción). Sin embargo, sabía perfectamente a quiénes se refería ya que días antes les había enviado por correo electrónico mi currículum.

Al llegar a mi universidad, y tras varias llamadas sin éxito, logré comunicarme con ellos quienes me informaron que les había interesado mi perfil y que querían conocer más de mí, para lo cual me dieron una fecha de entrevista. No cabía de la emoción.  Desde esa misma noche comencé a prepararme en temas de comercio exterior y litigio fiscal sin importar que los exámenes finales de semestre estuvieran a la vuelta de la esquina; no iba a dejar pasar la oportunidad. Sabía que ya había cumplido con los requisitos para la titulación automática (promedio meritorio, servicio social y prácticas profesionales) por lo que solo quedaba pendiente aprobar las evaluaciones ordinarias y sabía que no tendría problema en ello, así que todo estaba casi listo para incorporarme, tan rápido concluyera mis exámenes, a la vida laboral. En fin, se estaba gestando uno de mis sueños como estudiante y próximo abogado: entrar a uno de los mejores despachos del país siendo recién egresado.

Esa misma tarde en la universidad, mi Maestro del Taller de Juicio Oral y en su momento asesor en diversas competencias universitarias de litigación oral, se me acercó para comentarme que, tras haber sido mi universidad finalista nacional de la última competencia, la noticia había llegado a oídos de la Procuraduría de Justicia del Estado y  estaban interesados en conocer a quienes habíamos integrado el equipo que compitió en tales instancias, situación que, con la euforia previa derivada de la entrevista con “El despacho”, no llamó mucho mi atención, aunque sabía que podría convetirse en la oportunidad perfecta para formar parte del -recién implementado- sistema penal acusatorio y oral en mi entidad.

Los días pasaron y las ansias por que llegara la hora de mi entrevista aumentaba cada vez con mayor intensidad. Las noches las dedicaba a preparar detalladamente los temas que había estudiado en la carrera en torno a comercio exterior, competencia económica, fiscal, administrativo y constitucional, ponía en práctica el idioma inglés, modulaba mis tonos de voz, etc., con tal de que no fuera a cometer errores en mi entrevista, ya que en semestres anteriores había tenido la fortuna de haber sido entrevistado en otro despacho de gran prestigio pero no me había preparado lo suficiente y, como en cualquier competencia para un puesto laboral, no logré dar el ancho y no fui contratado.

Y la revancha que tanto había anhelado, había llegado. Mi oportunidad para ser parte de uno de los despachos mejores rankeados (sic) en las listas de mayor prestigio para tal efecto, dependía del resultado de mi entrevista. Con calma, pero gratamente sorprendido por las instalaciones ubicadas en Santa Fe, en el Distrito Federal, y el buen trato recibido y, todavía repasando en mi cabeza las ideas del estudio previo, ingresé a la sala de juntas en donde, junto con más de 20 candidatos, nos dieron las indicaciones para la jornada de inducción y evaluación. El primer bloque consistió en contestar exámenes de personalidad, conocimientos generales y nivel de inglés. Nada fuera de lo pronosticado. Llegada la hora del segundo bloque del día, fui asignado con uno de los asociados del despacho para la entrevista. Treinta y cinco minutos de constante bombardeo sobre diversos temas que iban más allá de las áreas que yo había repasado fue lo que recibí en una pequeña oficina ubicada en el tercer piso de “El despacho”.  Al final, un estrechón de manos y listo. “Nosotros nos pondremos en contacto contigo en caso de que avances a la siguiente etapa de la entrevista”.

De vuelta a mi universidad y esperanzado en que me marcaran para darme noticias favorables sobre mi primer entrevista,  mi Maestro de Juicio Oral, quien también se desempeñaba como Agente del Ministerio Público Orientador en la Procuraduría,  me preguntó que si había ya pensado sobre la charla del otro día, a lo que yo le contesté que estaba ya en vías de ingresar a laborar fuera de la ciudad. Sin embargo, me comentó que había ya una fecha para platicar con las autoridades de la Procuraduría a efecto de conocerme y en su caso, plantearme una opción de trabajo, situación que, den nueva cuenta, no llamó mi atención. Un día después, recibí la llamada de “El despacho” para informarme que los resultados habían sido favorables y que había sido aprobada la entrevista final con uno de los socios del área de comercio exterior. Ya tenía un pie adentro.

A la semana siguiente y con la motivación de haber concluido mis exámenes finales- y con ello mi carrera universitaria- de manera satisfactoria, me presenté de nueva cuenta en “El despacho” para conocer a quien, en caso de ser admitido, sería mi jefe.  20 minutos bastaron para conversar con él y, de nueva cuenta, esperar la decisión final.

Esa tarde, recibí una llamada de Procuraduría para informarme que me recibirían en las instalaciones de la Subprocuraduría del Sistema Acusatorio y Oral para entrevistarme nada más y nada menos que con el Subprocurador. La noticia fue inesperada, ya que imaginaba que me mandarían con “Recursos Humanos” y que ahí, alguna secretaria, seguramente con pocos conocimientos en la materia penal y qué decir del sistema acusatorio, me atendería, me pediría mi cv y me diría “luego te marcamos”, fiel a la imagen que yo -y no solo yo, estoy seguro-  tenía en mi cabeza hasta ese momento respecto al sector gubernamental y de la Procuraduría. Un entorno gris, ineficiente, burocratizado a más no poder y con pocas, muy pocas oportunidades para los jóvenes. Estaba equivocado.

“Antes que nada quiero felicitarlos por sus logros en las diversas competencias de litigación oral (sic)  en las que han dejado en alto no solo a su universidad, sino a su estado a nivel nacional e internacional. Créanme, ustedes son la promesa del sistema acusatorio.” Fueron las primeras palabras que nos dirigió el Subprocurador. Gratificante y enorgullecedor. Después de 6 competencias nacionales, subcampeonatos y campeonatos, victorias y derrotas, desvelos aprendiendo tesis aisladas y jurisprudencias, consultado tratados internacionales, elaborando teorías del caso, discutiendo con mis co-equiperos y asesores, invirtiendo tiempo, dinero y esfuerzo en capacitaciones, todo esto a la par de los estudios universitarios, al fin alguien en el ámbito labora lo reconocía y sabía que la Procuraduría me quería de su lado. Un par de días más tarde, la oferta concreta no se hizo esperar para incorporarme al sistema penal acusatorio desde el lado de “la Fiscalía” y debía tomar una decisión. Para mi “mala” fortuna, mi perfil había agradado al socio y con ello, había sido aceptado en “El despacho” para lo cual solo necesitaban mi confirmación para comenzar a formalizar mi contrato.

Todo se reducía a lo siguiente: debía decidir, con la mayor prontitud posible -y por supuesto considerando factores económicos aparejados a ambas oportunidades de trabajo-, entre “Las grandes ligas” y “el sistema acusatorio”; entre lo “privado” y “lo público”,  y lo más importante, creo yo: entre “un sueño” y “un talento”.

Dicen que al final, la mayoría de las decisiones que tomamos se basan en la intuición y la fe. Fue así que decidí incorporarme al sistema acusatorio. Con la fe puesta en el nuevo sistema de justicia penal de nuestro país. Dejando de lado el furor y el reconocimiento social aparejado a mi sueño. No con la creencia de que de la noche a la mañana todo será color de rosa en la impartición de justicia o en la eliminación de la corrupción que tanto nos ahoga en México, sino con la creencia de que tenemos el potencial humano suficiente para hacer frente a la decisión que  se tomó desde el 2008 y que buscará, en esencia, aplicar lo que el sistema anterior no pudo: el respeto a los derechos humanos.  De nosotros dependerá dar ese salto de fe.

Y como dijera Julio César, alea iacta est o “la suerte está echada“.

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Oscar Mora