La Comisión Nacional de Seguridad ha anunciado que el próximo viernes 22 de agosto se llevará a cabo la presentación formal de las tres subdivisiones que componen la nueva Gendarmería Nacional.
Relegada varios meses en la congeladora, la promesa de campaña de Peña Nieto finalmente se materializa, a la vez que se cumple con uno de los tantos compromisos del Pacto por México. Sin embargo, ¿es la Gendarmería el instrumento que México necesita para transformar el contexto de violencia actual?
En México, los gobiernos llevan más de dos décadas haciendo ensayos con los cuerpos policiacos. Desde principios de la década de 1990, hemos visto creaciones y desapariciones de corporaciones de seguridad, desde cuerpos policiacos, hasta secretarías de Estado; todo bajo justificaciones que pretenden mayores niveles de eficacia. La Gendarmería se une a esta larga lista de experimentos. Lo que prometía ser la gran apuesta del gobierno federal en materia de seguridad –una nueva corporación integrada por elementos del Ejército y la Marina- llega hoy en su versión más descafeinada. Es probable que los cambios en el equipo de seguridad, entre ellos la salida del ex comisionado de seguridad, Mondragón y Kalb, y del asesor colombiano Óscar Naranjo, hayan contribuido a desdibujar lo que en principio se presentaba como la gran idea del sexenio en la materia.
Cabe señalar que la Gendarmería –tal como será presentada el viernes- ni siquiera implica la creación de una nueva fuerza armada, ya que se constituirá como una división más al interior de la actual Policía Federal. Dicha subdivisión tendría como funciones primordiales las operaciones de control y proximidad social, las cuales no se alcanzan a diferenciar de aquellas que actualmente tienen asignadas los cuerpos ya existentes. En lugar de los 40 mil elementos que se contemplaban –y que la hubieran colocada a la par de la Policía Federal—, la agrupación estará integrada por sólo 5 mil efectivos. Sin caer en pesimismos simplistas, la cantidad de elementos hace difícil pensar que su llegada pudiera cambiar algo en materia de seguridad. Ahora bien, a pesar de contar con una débil justificación, el gobierno federal ya le ha asignado un total de 6 mil millones de pesos en el presupuesto del año en curso. En este contexto, la Gendarmería funcionará como un parche más en las diversas y dispersas acciones de seguridad de la presente administración.
La Gendarmería generó muchas expectativas en un primer momento, pero éstas se fueron diluyendo a la par que el gobierno federal bajaba los decibeles del tema de seguridad en la agenda nacional. A estas alturas, parece que la creación de esta división de la Policía Federal responde más a la necesidad de cumplir con la promesa de campaña del presidente Peña, que a las necesidades de una estrategia de seguridad. Muy lejos queda la propuesta actual de Gendarmería de aquella que se contempló como un instrumento que pudiera funcionar como el vehículo para facilitar el regreso del ejército al cuartel. Ahora dicha pretensión está fuera de discusión, como curiosamente lo está la exigencia –tan notoria en el sexenio pasado- de que el ejército abandone las calles. Al parecer, hemos llegado al punto de normalizar un estado de excepción y se ha asimilado la peligrosa idea de que los militares y la fuerza civil coexistan en el desempeño de tareas policiacas.
Poco ha cambiado en materia de seguridad en los ya casi dos años de la actual administración y los problemas de violencia se siguen atacando de forma reactiva y desorganizada –aunque cada vez más silenciosa. A casi dos años de iniciado el gobierno, sigue sin haber un proyecto integral de seguridad, un esquema permanente de protección a la ciudadanía y una visión distinta de ataque al flagelo de la ciudadanía. Ahora, con la llegada de la Gendarmería, se presenta el riesgo de que, bajo el pretexto de cumplir el compromiso de campaña, se pretenda dar carpetazo al tema.