“Al polígrafo hay que jubilarlo”, plantea Cecilia Soto en su columna publicada este lunes en el periódico Excélsior. En el texto analiza las deficiencias de la prueba del polígrafo a la luz de recientes solicitudes de partidos políticos a la Procuraduría General de la República para que examinen sus listas de candidatos, así como llamados de algunos medios para que los aspirantes sean sometidos a este examen.
La prueba falla por muchas razones, pero expongo las dos principales: primero, no hay evidencia científica que demuestre que todas las personas reaccionan de la misma manera cuando mienten. El polígrafo detecta cambios en el cuerpo, pero nada asegura que estos están relacionados con la deshonestidad. Pueden deberse a miedo a no obtener el empleo, a diferencias en los entrevistadores, o a un infinito número de factores individuales. Y segundo, aun si el polígrafo sí determinara quién es honesto con su pasado, ello no asegura que la persona no se vaya a corromper en el futuro, pues ello depende más del entorno en el que trabaje que del carácter individual. Hasta el policía más íntegro se puede corromper cuando se enfrenta al duro dilema cotidiano de la plata o el plomo.
Al respecto, en su reportaje para #Odisea2016 sobre Policías en el marco del nuevo sistema de justicia penal, Juan Luis García calificó al polígrafo como “elemento más controversial del proceso de certificación y control de confianza”
“El polígrafo sería equiparable a la tortura, porque se hace en un cuarto de dos por dos, después de muchas horas de trabajo, con preguntas insidiosas”, dice el policía de Metepec Pedro Rodríguez, quien acusa presión psicológica de las personas que aplican la prueba y concedió la entrevista bajo la condición de no revelar su verdadero nombre.
“Son diez preguntas muy pesadas sobre narcotráfico, droga, toda esa clase de cosas. Nos dejan descansar y se salen, pero ahí está la cámara y se ve que nos están observando”.