En la década de 1920, Walter Benjamin, Bertolt Brecht entre otros escritores y artistas alemanes soñaban, en los albores de la República de Weimar, con que la radio podría transformar democráticamente la sociedad. Visualizaban la radio como una herramienta de comunicación bidireccional que podría explotar la comunicación y el diálogo hacia horizontes no imaginados. Se imaginaban la radio como un espacio de creación y significación que permitiría el encuentro de lo común tras la Primera Guerra Mundial.
Benjamin apostó por la educación produciendo una serie de programas para niños y jóvenes en los que narraba acontecimientos históricos que se desenvolvían entre el drama y la reconciliación, la tragedia y la dignidad. Durante veinte minutos los espectadores escuchaban narraciones sobre el terremoto de Lisboa, la toma de La Bastilla, los juicios a las brujas en la Edad Media, los contrabandistas de alcohol en Estados Unidos, la caída de Pompeya o el incendio de un teatro chino en Cantón. En el más puro tono de alguien que cree en la educación como semilla indispensable para la democracia, Benjamin hablaba a los jóvenes sin el menor rastro de condescendencia y los encausaba una y otra vez hacia una reflexión profunda. Eran veinte minutos en los que Benjamin apostaba porque los jóvenes se apropiaran de su historia y de su humanidad.
De una un otra forma los relatos tenían una reflexión política. Así, Benjamin intentaba que la gran tecnología de comunicación de masas tuviera impacto en la construcción de ciudadanos. En tiempos donde se respiraba una tensa calma en Europa, explicaba con entusiasmo porqué los franceses habían tomado la cárcel de La Bastilla y cómo este hecho había cambiado para siempre el Estado de derecho; describía con desprecio a los juristas que en la Edad Media se dedicaron a elaborar argumentos para quemar brujas; y también señalaba con aire melancólico como la falta de humanidad del antiguo derecho penal había provocado el surgimiento del bandolerismo. Aunque no era el objetivo principal del filósofo alemán, encontramos con frecuencia reflexiones críticas en torno al derecho como las que acabamos de enunciar.
Dejemos por ahora la Alemania de Benjamin. No es una novedad decir que los medios de comunicación masivos pueden funcionar como un vehículo para promover el diálogo democrático o la cultura política. Esfuerzos como el de Benjamin no fueron episodios aislados en la historia. Lo que uno se pregunta hoy, es cómo es posible que con todas la mejoras e innovaciones que se han visto, que con todas las facilidades que existen hoy para la producción de radio –que aún sigue siendo un medio de comunicación masiva- sean mínimos los programas o estaciones con las que los órganos del Estado busquen comunicarse con la ciudadanía. Aún más ¿cómo es posible que no se utilicen estos medios como instrumentos idóneos para el fomento de una cultura política y jurídica?
Antes de continuar con el radio, permítanme una pequeña digresión. Recientemente el Magistrado Carlos Soto del Octavo argumentó en el amparo en revisión 112/2016 que si las sentencias fueran escritas en un lenguaje más asequible para los ciudadanos, éstos entenderían mejor la labor del poder judicial y se abriría un canal de comunicación que ayudaría a mejorar la confianza en la administración de justicia. Esto, por supuesto, es una necesidad imperiosa para un país como México que con la puesta en marcha del Sistema Penal Acusatorio pretende reducir la impunidad, la burocratización de la justicia y la desconfianza en la administración de justicia. La pregunta es cómo pretendemos que el Sistema Penal Acusatorio o nuestro marco de protección de derechos humanos lleguen a buen puerto sin la promoción y construcción de una cultura jurídica sólida. El Sistema Penal y en general la administración de justicia seguirán siendo percibidas por los ciudadanos como instrumentos de dominio de los poderosos si son sólo las élites ilustradas quienes pueden comprenderlo.
Volvamos al radio y a los medios masivos de comunicación, volvamos al ideal ilustrado – democrático de Benjamin y a la educación jurídica. ¿Cuántas personas diariamente van escuchando la radio mientras manejan su automóvil, se transportan en un taxi o en un autobús? ¿Cuántas fondas y casetas de vigilancia se caracterizan por el inconfundible sonido del radio? ¿no sería posible pensar en un modelo de cultura jurídica a través de estos medios? En México existen esfuerzos como los realizados por la Suprema Corte y el Consejo de la Judicatura con el Instituto Mexicano de la Radio que nos indican que se entiende desde dentro de las instituciones el impacto que podría tener el periodismo radiofónico en la cultura jurídica. Lo que no hay es la apuesta por bidireccionalidad de la que hablaba Benjamin hace casi un siglo y que ahora es mucho más posible por las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información. La lógica de estos programas de radio sigue siendo la de informar, sin la participación activa de la ciudadanía en la construcción de dicha información. He ahí el gran reto para México para la construcción de una cultura jurídica que fortalezca la democracia: información asequible y diálogo horizontal son condiciones indispensables para que la ciudadanía se sienta parte del entramado jurídico en el que se desarrolla y tenga incentivos para respetarlo, cuidarlo y mejorarlo.
Autor: Octavio Martínez Michel / @OctavioMMichel
Investigador de Borde jurídico
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